No sé cómo llegue a estar
acostada a las 4 de la mañana, en una cama que no conozco bien y que, tiene un
olor particularmente siniestro, casi frio.
No sé realmente que haces en el
baño a esta hora, con la luz de la pieza encendida y sentado en la tina
observándome, mirando las desnudes de mi cuerpo, yo mirando al vacío veo más en
ti de lo que tú mismo logras divisar en tu cama, bajo mi cuerpo, o sobre él, que
se yo.
El problema no es la frigidez de
mi cuerpo, ni que yo lo observe desde el rincón más luminoso de la pieza, ni
siquiera estar muerta significa un problema para mí a estas alturas, porque, lo
que comenzó como un whisky en un bar barato de Santiago, se convirtió en ti estrangulándome
una vez que me disponía al sexo, no me lo esperaba, no mucho al menos.
Te reías con el vaso pegado a la
boca, no se veía ni una sola miserable estrella en el cielo, y la luna parecía
una uña recién cortada, la conversación iba y venía entre las cosas que nos
gustaba hacer, con una música horrenda de fondo que más de una vez putiamos por
arruinar ese instante.
Luego caminamos hasta tu
departamento, la calle se vaporizaba con la humedad sucia de Santiago, el
edificio se podía ver desde los pies del cerro, lo que hizo del trayecto un
recorrido intrépido por las venas oscuras de bellavista, entonces la oscuridad
nocturna te hacia ver misterioso. Pensabas, no sé qué, pero sé que lo hacías,
la mirada fija al suelo, desviándola hasta ver la mano que se enraizaba con la
tuya, al dedo gordo de uñas largas que te acariciaba una parte de la mano que
no tiene nombre, y si lo tuviera, sería un nombre horrible, como todas las
cosas que desconocemos.
La puerta no tenía nada de raro,
madera oscura, el pasillo solo tenía una luz minúscula que alumbraba el
trayecto hasta tu puerta, pero casi no nos tocaba cuando llegamos y sacaste las
llaves, abriste y lanzaste los zapatos hacia el sofá. Repetí la acción como
quien se deja domar con unas copas de whisky, y entonces, solo entonces pudiste
relajarte, y suspiraste en el sillón mientras yo me sacaba el vestido.
Deduje tu rutina al verte dar los
mismos pasos una y otra vez, al lavarte la cara y las manos como quien toma a
un bebe por primera vez, y entonces solo entonces desataste la furia sobre mi
cuello, y no me resistí, deje fluir tu furia como un rio, entonces me convertí
en el lago de tus deseos ocultos, reprimidos, y fui por un instante, la cúspide
de tus anhelos, el silencio de tus gritos, la victima de uno de tus tantos
crímenes.
Me había recostado en tu cama sin
consultarte, y te pensaba, pero más pienso en ti ahora al verte tocarme, al
verme azul y escucharte sombrío, besarme el pecho y sonreír, reírte a
carcajadas y tocarme. Te veo en sombras a lo lejos, te siento cerca mientras mi
cuerpo frio absorbe tu calor sudoroso, húmedo. Gimes, gimes en la habitación
con mi cuerpo muerto sobre tus sabanas arrugadas. Te veo y me deshago, me voy
con el viento y entre la luz de fondo veo que terminas, y te vas a lavar la
cara, sonríes, satisfecho, me metes en una bolsa negra y ya no quiero ver, no
soporto ver más, y no entiendo ni quiero entender como fue el amor que
depositaste en mi cuerpo azul, en mi nocturna ausencia de respiración, lloro
invisibilidad y veo tu espalda, abrazas mis contornos y duermes, y yo me borro,
me hundo en el suelo hasta ver desde abajo mi espalda y tus brazos aprisionando
mi envase.
El abismo lleno de tus victimas
me atrapa, me sostienen sus almas al fondo de tu cuerpo, entonces creo
vislumbrar el amor obsesivo, tu mirada desde lo lejos seleccionándome entre
tantos otros cuerpo, y como te acercaste tímidamente, implantaste curiosidad y
sin sospecharlo acabe muerta, atrapada por el necrofílico sueño de mi captor, y
en ese mismo abismo dejo de existir.