viernes, 9 de agosto de 2013

Nombre en la Memoria (A: Sophia)



Se subió a la micro sin decir ninguna palabra más, simplemente la vi marcharse entre un ruido estruendoso y mezclarse con la multitud del transporte público. Me quede hay en medio del frio paradero con un foco traspasándome la vida y con los ojos mirando al infinito de la calle vacía. Todo comenzó hace unos minutos, quizás, horas atrás, en el momento en que me subí a la micro y me senté en el único asiento vacío que existía, y que daba pie a la venta y a su mundo desconocido que se traslucía en él, tenía los ojos delineados y el pelo negro con mechitas azules al final, tenía unos pechos pequeños, casi imperceptibles y unos dedos alargados y finos, la mire por un buen rato hasta que se dio cuenta y me respondió mirándome a los ojos, penetrando hasta el más oscuro de mis demonios, por alguna razón los hombres somos unos imbéciles en eso de miradas disimuladas, lo comprendí cuando tenía unos 15 años y simplemente dejó de importarme. Nos bajamos donde mismo, en aquel paradero frio y solitario alrededor de las 10 de la noche. Estaba por partir mi camino a pie cuando me tomo la muñeca evitando mis pasos hacia una lejanía misteriosa para ella, me saludo con debida educación que supone un encuentro furtivo, me dio su nombre y nada más. Francisca era un universo misterioso que me retuvo por unos minutos, me pregunto si podía quedarme a conversar un rato, no pude negarme, porque la curiosidad de estas cosas que no ocurren, me tenía atrapado entre ese barro de sorprendente misterio llamado francisca. Me conto que no confiaba en nadie y que en definitiva era mejor confiar en alguien que no conoce que en su mundo basura, así que la escuche con calma. En el instante en que terminaba de hablarme de su madre, con lágrimas en los ojos, me beso, con los labios fríos me beso, y no puedo olvidar esa sensación de sorpresa y cariño que se puede tener con los universos desconocidos que uno tiene en ciertos momento frente a los ojos. Me tomo la mano que yo tenía apoyada en el banquito de fierro que tienen los paraderos, la mano estaba fría, pero expulsaba un calorcito mágico que no podría haber notado de no haber sido porque separo sus labios de los míos. Se disculpó mirando el suelo y yo sin balancear en mi decisión, solté una carcajada suave y lo más amorosa que daban mis nervios en ese momento, le tome el rostro y le seque las lágrimas con los dedos, como si su dolor se quedara impregnado en mis huellas dactilares. Conversamos y nos reímos y estuvimos a punto de llorar muchas veces, todo eso en medio de la luz de un foco y el sonido intermitente de las micros que cruzaban por nuestro lugar sagrado. Nos tratamos como si fuéramos amores de la vida, y le dije que sería capaz de amarla hasta el fin de los tiempos si ella me dejaba, solamente se dignó a sonreír y a guardar silencio. Seguimos por unos minutos más, iluminados por un sol artificial cometiendo el único acto de amor misterioso que se nos podía ocurrir hasta ese momento, que era besarnos y acariciarnos con el amor de toda una vida, nos mirábamos el alma y sonreíamos como si no hubiese un final. No hubo motivo para que se fuera, podríamos haber estado eternidades en el frio paradero de micro, y no habría importado el tiempo ni la hora ni el lugar, pero con la primera micro que se detuvo simplemente se levando y emprendió el vuelo hacia un mundo que no conozco y que probablemente jamás conoceré. Luego de eso quede solo en la inmensidad de la noche, desnudo y con lágrimas en los ojos me levante, y camine hasta la eternidad del camino que llevaba a mi casa. No recuerdo mucho más del encuentro misterioso de hace unas horas, pero definitivamente el nombre francisca tomara un significado diferente en mi vida de ahora en adelante.

martes, 6 de agosto de 2013

Maniquí



Nuestras almas avanzan en caminos oscilantes, encontrándose una y otra vez sin poder vivir lejos mucho tiempo, son rutas furtivas y variantes que nos llevan entre vías aéreas y sendas incestuosas hasta llegar al punto casi medio donde nos encontramos y fumamos y hablamos y dormimos y pensamos y nos queremos. Andamos por calles que recorren los perdidos de amor y cruzamos ríos secos en busca de un algo más, un algo más que no existe y que somos nosotros que si existimos, pero eso no importa porque nos dejaremos de ver y nadie se dará cuenta, porque estamos solos en el mundo sin nadie más que nosotros, y nosotros no somos nada más que la propia compañía del otro, que camina y camina entre llanto y suspiros y miradas curiosas sobre las vitrinas en las que estoy parado, modelando un abrigo gris con pequeñas manchitas negras y tú al frente luciendo un vestidito rojo intenso fuera de temporada. Nos retiran una vez al mes para quitarnos el atuendo y cambiarlo por otro mejor, no nos podemos mover pero si nos miramos siempre como buscando el sueño o la vida misma entre el alambre del dedo que me falta y el hoyo que tienes en tu pierna, interminables pensamientos surgen de nuestros nudos mentales y casuales, en la distancia que hay entre mi abrigo gris con manchitas negras y tu vestido rojo intenso te he amado dos veces más que ayer.