jueves, 17 de octubre de 2013

motivos en cubierto

Siempre me pregunto cuál es el puto interés de los extranjeros por conocer Santiago, a mí nunca me ha gustado, de hecho lo evito, lo más que puedo, por mi no iría nunca, pero tengo la universidad, y el trabajo y todo el resto de cosas que no me dejan libertad para estar tranquilo.
Para que hablar de familia, soy el producto de un engaño, mi madre no fue la engañada, eso que quede claro, mi padre fue el que engaño, que no es lo mismo, por que cuando a una persona la engañan suele sentirse más feo aun, cuando una persona es la amante sin saberlo eso es mas feo todabia, pero mi madre sabia, lo que evita cualquier sentimiento de culpa, al final saber o no saber no importa, lo que importa es lo que jamás uno deja de ser. Un bastardo. El resto todo me sabe a mierda y me importa una mierda.
La cosa, es que mi padre me ofreció para cuidar a una tal Lucía, que es de argentina, obviamente como la familia de padre me tiene cierto recelo por ser el bastardo de todos, no querían que fuera, pero a la vez, como nadie más podía ir, terminaron de mala gana accediendo. El punto es que yo prefería llevarla a conocer Valparaíso, pero Lucía no quiso, dijo que quería conocer Santiago, sin ningún motivo en especial. ¿Cómo es que alguien quiere conocer un lugar tan feo como Santiago? Ni siquiera yo que vivo aquí lo conozco bien, así que al final, le dije que nos viéramos en la librería metales pesados, esa que queda en José miguel de la barra, en este mismo momento voy llegando, y no la veo, se supone que debería estar a las 12 aquí, aunque me surge una duda, ¿Por qué a la gente, en argentina, le ponen Lucía? Quizás para darle un simbolismo al nombre y que esa hija se sienta con las cualidades de la maga, cosas inexplicables de la vida, como que el nombre benjamín ya pasó de moda.
Yo creo que para conocer chile, debo empezar conociendo Santiago, jamás he ido a chile a pesar de que mi madre sea prima del padre de Manuel, el que me recibirá en Santiago, le pedí que me mostrara cosas linda de ahí, o al menos lo mejor de Santiago, él quería mostrarme Valparaíso, una ridiculez, el se supone que vive ahí, como es que no se le ocurre que mostrarme, como se le ocurre decir que Santiago es feo, que no lo conoce, que lo evita, vive ahí, en una pieza que arrienda, si no quería mostrarme nada mejor que no hubiese aceptado el mostrarme Santiago, espero que sea más agradable en persona, que se le haya ya ocurrido a donde llevarme, porque voy llegando y seria una verdadera desgracia jugar al azar con eso.
Entre la multitud veo una niña, de pelo castaño claro, pálida pero no tan pálida como para ser desagradable a la vista, entonces la veo preguntar cosas en los almacenes de alrededor, andar de un lado para otro, cruzar calles, la veo confundirse, y yo fumo, no dejo de fumar, hasta que pregunta en un kiosco, avanza, se para delante de la librería, se ríe, en silencio pero a la vez fuerte, mira hacia a adentro después de apagar la risa. le pego la ultima fumada al cigarro y entro con paso seguro, ahí está. Lucía. la niña en un territorio extraño, desconocido por completo a su cuerpo, a su aire, a su entorno natural, como un pez fuera del agua o un delfín en un lago, me ve entrar, su mirada me chocó con fuerza, su cabeza llegaba a mis hombros lo que hizo que mi imaginación visualizara una imagen no real de ella apoyándose en mi pecho.
Me bajé del taxi y no conocía nada, todo fue nuevo, esa sensación de estar perdida en un lugar y no poder encontrar jamás el norte, de pisar una tierra extraña y no poder asimilar la distancia de mi casa y del lugar en el que me encuentro. No encontraba la maldita librería, estuve paseándome en entre dos calles que después tuvieron nombre, las calles monjitas y merced, también, cerca de merced estaba la calle santa Lucía, como mi nombre, lo que me hiso sentir no tan extraña ni ajena a Santiago, todo es extraño cuando estás en una tierra que no conoces.
Pregunte en varias partes por la librería pensando en que alguien me diría donde estaba, pero me di cuenta que no todos conocen el lugar de su entorno, que trabajan ahí o que pasan seguido por ahí y que no ven lo que hay a su alrededor, y que una librería puede pasar desapercibida si no se la está buscando. La cosa es que pregunte en un kiosco, el viejito simpático levanto la mano y apunto sobre mis hombros y estaba a unos pasos de donde estaba yo, me pare enfrente, me reí con contención, para no parecer ridícula, mire hacia adentro y no había nadie, ósea, había alguien, pero era el que trabajaba en la librería, así que no cuenta, entre y me quede viendo algunos libros de autores que jamás había oído, y que probablemente jamás volveré a oír.
No había abierto ni un libro cuando un joven con el pelo desordenado y medianamente largo, con una pollerita verde y unos pantalones claros, entro a la librería sin siquiera mirar a los lados y se puso a mi costado derecho, tomó un libro de un tal Alejandro zambra, formas de volver a casa, se llamaba. Lo mire con detención, una mirada fría, poderosa, firme, misteriosa a ratos, y eso de a ratos lo sé porque después me di cuenta que no puede mentir, sus ojos lo delatan demasiado. Me saludo y se presentó, Manuel, saludo extendiendo la mano en mi dirección, obviamente lo omití y lo salude con un beso en la cara, Lucía, le dije, y sonreí, me miro extraño, pero no importo, total, ya había dado un paso en dirección a la puerta con la palabra vamos en forma de interrogación, sin dudar, simplemente, lo seguí.
En realidad no sabía por dónde llevarla, Santiago para mí también era un lugar extraño, pero tenía algunas ideas, llevarla al museo o al santa lucia, o al parque forestal o a plaza Italia, no sé si salir solo con ideas sea preparar una rutina de viaje, pero la cosa es que prefiero preguntarle, dejar que ella elija el lugar que quiera visitar primero y después, a fin de cuentas, se llegar a todos esos lugares que tengo en mente. El final lo tengo definido, así que en eso no hay discusión.
Me sugirió algunos lugares y yo en realidad no sabía dónde ir, así que le reclame, le pregunte si se sintió obligado a llevarme, me dijo que no, mintió, obviamente. La cosa es que decidí ir primero al museo de bellas artes, que tiene afuera una cosa negra con forma de tubo que nadie sabía realmente lo que era, a lo lejos vimos el caballo con testosterona que hay en la placita de atrás, vimos a un hombre con rasgos asiáticos que le enseñaba o simulaba enseñarles a dos persona sin rasgos asiáticos como manipular la espada que tenía en las manos, la gente lo mira un rato y luego se va, es lindo, divertido por lo demás, entramos al museo y no había nada muy interesante, salvo la exposición de Carlos faz, en la que nos quedamos mirando un buen rato las pinturas y de paso, a nosotros, cruzamos hartas miradas, fue agradable.
Eligio el museo así que caminamos en dirección norte por la calle miguel de la barra, pasamos por la parte de atrás del museo para mostrarle el caballo con exceso de músculos y al chino que siempre se pone a hacer movimientos con la espada, luego entramos, ella me hablaba y en verdad yo no tenía ganas de conversar, era mi día libre, donde no tenía la necesidad de leer las cosas que me piden en la U, yo quería descansar, así que fingí interés, le respondí todo lo que me pregunto y miramos una exposición de no sé quién, que tenía una pinturas medias raras, que no eran malas, eran agradables, un poco sombrías, pero agradables igual. Así que le pregunte por que vino a Santiago, a Chile, no me dijo, por que quizás no era relevante, aunque supongo que vino a ver familiares, o a conocer. Quizás su madre le hablo tanto de chile que se entusiasmó y quiso venir a conocer, la cosa es que estuvimos ahí en el museo, viendo pinturas de alguien que nunca había escuchado, me pregunto por qué no me gusta Santiago, no supe que responder, así que invente algo, una respuesta vaga, supo que mentí así que no es relevante mencionarlo, porque tampoco me acuerdo mucho de lo que invente, estuvimos un buen rato ahí, una hora quizás, un poco más, nos hicieron una encuesta, de cómo nos parecía el museo y esas cosas, tiene una letra linda, es zurda, y su mano cuando escribe es delicadísima, sabe tratar las letras como se deben, no como yo, que tengo la letra mas estrepitosa que existe.
Después de eso nos quedamos en la placita de atrás, hablando de la vida, de los motivos, y ahí ya no pude fingir mas, porque para entonces, ya le había agarrado cierto cariño a lo desconocido, a  presentarle el hábitat en el que me siento atrapado a diario, así que fume, fume mucho, y ella me miraba fumar, ella no fuma, así que le pregunte si le molestaba, dijo que no, no sé si mentía, no me fijo mucho en eso, así que no dejé de fumar por el tiempo que estuvimos ahí, después le pregunte donde quería ir, eligió el santa lucia, una buena elección, yo también quería mostrarle ese lugar al que fui una vez con mis padres cuando yo era chico.
Así que volvimos por miguel de la barra y caminamos hasta el cerro, a paso tranquilo, esquivando gente, ya eran como las 2 de la tarde o un poco menos, nos tomamos un jugo en un local que no recuerdo ya ni en donde quedaba ni como se llamaba, yo pedí uno de naranja y ella uno de manzana, pasamos el calor y la flojera del viaje con el juguito, subimos por las escaleras y vimos el castillo un buen rato, nos sentamos y hablamos, me pregunto por nuestro lazo familiar, le tuve que contar la historia, no por que quisiera, si no, porque me sentía acorralado con sus preguntas, con su mirada penetrante y de la que no pude escapar. Le conté de cómo mi familia me detestaba, cargando todo el odio que tenían hacia el dolor de la esposa de mi padre, en mí, en el hijo bastardo que jamás pertenecería a ningún lugar familiar. Mientras le contaba me envolvió un patetismo tremendo, un dolor que había guardado desde hacía ya artos años.
Caminamos por una calle larga y pasamos nuevamente por la librería, pero esta vez por la calle de enfrente, casi no hablamos en ese trayecto, yo miraba todo alrededor y el solo miraba hacia adelante y hacia arriba, como si en cada paso deseara el cielo, no pensé que quedara tan lejos de donde estábamos, y empecé a dudar de mi elección, pero entonces me ofreció un jugo, acepte y pedí uno de manzana, el pidió uno de naranja.
Subimos unas escaleras y vimos el castillo, era enorme, había una pileta de agua, los colores blancos y amarillo le daban cierto aire de antigüedad al castillo hidalgo, después estuvimos en el mirador, mirando hacia Santiago, aunque dijo que desde el san Cristóbal se veía mejor, estuvimos apoyados un buen tiempo, en esa especie de baranda de cemento en donde miles de personas ya se habían apoyado antes.
Ya no me contuve mas la pregunta y simplemente se la lance, sin esperar nada, ni siquiera una respuesta. El me contó todo, todo el dilema que ocurrió en su vida, por culpa de la familia que el jamás deseo, porque nunca jamás los hijos eligen a su familia, solo eligen cuando se desligaran de ella, y para eso ya hay que ser adulto. Le vi los ojos con lagrimas acumuladas, vi como se tragaba la pena, como lo inundaba el dolor y prendía los cigarrillos con la mano temblorosa, el ambiente era tenso, el calor sofocante, el tiempo corría lento y con la libertad que se le antojaba, lo mire mucho, jamás deje de mirarlo, quizás lo hice sentir incomodo, presionado, molesto, ahora ya no importa, porque ya era tarde, ya en ese punto nada importaba, pero sabía lo que se venía. Se venía un bombardeo de preguntas para las que ya estaba lista para responder. Nos gano el silencio, ya no sabíamos que hacer, el no hablaba, solo fumaba, fumaba y miraba hacia Santiago, fumaba y me miraba a los ojos.
Me besó
Lo bese
Lo bese como recurso ultimo, lo bese sin un motivo claro, lo bese solo por las ganas de hacerlo, solo para romper el silencio y la falta de reacciones humanas que se perdieron por mi pregunta, lo bese para sentir alguna emoción ya perdida del mundo misterioso. avancé, no se hacia donde, pero esperaba que me siguiera, terminó el cigarro, lo arrojo y me siguió. sin sonrisas, sin nada, el silencio ahora era diferente, el silencio era el mismo que tenían sus ojos, un silencio de ahogo, de reprimir una emoción, nada mas caminamos, caminamos hasta el metro, hasta ese punto de partida.
Me beso, sin decir nada, sin ningún motivo, quizás solo por parecer un sujeto triste, un hombre patético y solo, así que no le di más explicaciones en ese momento, no me pregunte nada porque no tenía sentido, era algo sin sentido, ella aquí en chile no tenía sentido, así que caminamos, hasta el metro universidad católica, caminamos arto, a lo largo del día, habíamos caminado mucho, sin quejarnos, pasando el calor con un par de helados y almorzando en un localcito, donde yo compre un cuarto de pollo asado con papas fritas y una Fanta y ella pidió solo papas fritas, dijo que le gustaban, así que no cuestione su elección, de hecho, se veía como una niña comiendo papas, no les hecho nada, lo que para mí era anormal, no tenían ni mayo ni kétchup ni mostaza, así que la mire, me ofreció, me negué. Llegamos ya al metro Baquedano, que ya era mi punto final, así que ya no tenía idea de donde más llevarla, solo ya no sabía qué hacer, la lleve a la placita que está ahí, esa que queda entre ramón carnicer y general Bustamante, donde esta también el café literario que no sé cómo se llama y al que nunca he entrado.
No creo haber caminado nunca tanto en argentina, me sorprende que pueda estar en silencio tantas horas, ya es fastidioso, yo miraba las estaciones del metro de Santiago y me maravillaba lo distintas que son una estación de la otra, los colores, la gente, el me conto que era una estación donde jamás veía a músicos, que era más entretenida la línea dos, llegamos a Baquedano y nos bajamos, subimos las escaleras y vimos la estatua de Manuel Rodríguez, yo la mire al menos, el solo caminaba, caminaba como si nada mas importara, como si ni el mismo importara, todo le pasa frente a los ojos como si no fuese parte del mundo, quizás por arrogancia, quizás por que no debería haber nacido nunca.
Nos sentamos en el pasto justo enfrente del costado derecho del café literario que había ahí, entonces él se echó para atrás, se acostó, cansado, yo no me acosté, pero si me senté cruzando las piernas, el fumo mas, saco cigarros, una cajetilla llena de cigarrillos. Estaba esperando las preguntas, espere casi 20 minutos las preguntas, hasta que me aburrí, y le pregunte si él no quería preguntarme nada, dijo que sí, pero que no importaba mucho, que no venia al caso ya que probablemente no nos veríamos mas, me moleste. –Sos un idiota- le dije con una sonrisa en el rostro. –Soy un bastardo- corrigió sin más. Se levanto, encendió un 3° cigarrillo y me miro a los ojos, -¿Por qué me besaste?, ¿a qué viniste?, esas fueron las preguntas, el resto, solo fueron palabras mías.
Finalmente me decidí a preguntarle, daba lo mismo si no la vería mas, daba lo mismo si ese beso me arruino la nostalgia y la vida misma como la conocía, simplemente le pregunte por que lo hiso, no supo responder, giro en torno a la pregunta un par de veces, hasta que pase a la siguiente, a la siguiente y última pregunta. ¿A qué viniste? No sé, bueno, si se; dijo.
Me conto que su madre le había hablado de chile muchas veces, de Santiago sobretodo, de cómo conoció a su esposo, de cómo paso su adolescencia, de cómo escapo de su esposo. Dijo: si, mis padres se separaron, por eso mi madre se vino a argentina, se vino embarazada a argentina, y yo me quede con un padre que no era mi padre, pero vos sabes cómo son las cosas, nada importa mucho cuando uno es niño. Me conto como vino a encontrar a su padre, y se contacto con la familia, con mi papá. Me conto como había sido su vida, las muchas veces que imagino Santiago, que se imagino perdida en Santiago, en un territorio desconocido lleno de incertidumbre y ruido, y furia, y magia invisible. Reí. Me dijo mas de su familia, de su adolescencia, me mostro una foto de cuando tenía unos 14 años, no era muy diferente, solo tenía más cara de niña y su mirada en la foto estaba mucho mas vacía, pero daba lo mismo, yo la tuve enfrente, yo le robe el siguiente beso.
La visita y el recorrido duro mucho menos de lo que yo esperaba, pero valió la pena el final del viaje, terminar ahí en el parque donde solía escribir los poemas después de clases, donde solía divagar hasta bien tarde, escuchando música, escuchando a la gente hablar, yo solo, tirado en el pasto, y ahora, yo ya no estaba solo, estaba con ella, estábamos juntos, aquí, abrazados, sin decir nada, besándonos a ratos, yo fumaba y ella miraba todos mis gestos, hasta que termino, hasta que dieron las 7 y ella tenía que irse, tenía que ir donde familia, caminamos hasta donde pasan los taxis.
No recuerdo haber tenido un mejor día, no desde que soy un bastardo, así que me despedí, con una promesa sin ser promesa de vernos otra vez.
Adiós, me dijo

Nos vemos, le respondí.

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