martes, 13 de mayo de 2014

Relaciones Familiares (actualizado)

Balance. De eso se trata todo. A mí siempre me llamo la atención el cómo se verían los animalitos tiernos por dentro, y debo decir, que por dentro no son tan tiernos. Esa era mi manía, despellejar gatitos o perritos (por que los pájaros son muy pequeños y es difícil echarles mano), ver cómo eran por dentro, porque los libros de biología jamás me enseñaron mucho y yo quería saber más.
Mi hermano en cambio, le gustaba golpear, siempre metido con mujeres diferentes, con las que se acostaba, yo lo sabía, de pura casualidad, porque su pieza estaba al lado de la mía, las golpeaba y se acostaba con ellas, no siempre en ese orden, pero era eso lo que ocurría.
Mi mamá veía teleseries, pensaba que estaba en una de esas, y yo lo sabía porque vez que llamaban por teléfono se emocionaba inconteniblemente, pensaba que era un policía o que se yo. Su vida no era un drama, mucho menos una aventura, por eso veía teleseries, por eso se imaginaba ser la protagonista, y soñaba con que la fuera a buscar el Marco Antonio del supermercado para casarse con ella, y llevársela lejos de nosotros. Por supuesto eso no pasaba, lo que pasaba era que la llamaban para ofrecerle ofertas de cualquier cosa. Eso a mi papá lo volvía loco.
Mi papá, a él siempre le gustaba dar paseos nocturnos en su auto, pero como digo, la cosa era el balance, las peleas a propósito que debía provocar para mantener la estabilidad en esta casa, como lograba meter el auto de mi papá al fondo del garaje y luego los dos otros autos, el mío y el de mi hermano, además, debía esconder las llaves, porque si no, su metal no funcionaba, como digo, era cosa de balance.
Todos sabíamos que hacia cada uno, la nana, incluso, a veces me pedía un poquito de sangre del gato o perro que había despellejado en la tarde para agregarla en la sopa, eso le encantaba a mi mamá y a mi hermano, a mi papá no tanto, pero igual tenía su gracia.
A mi mamá le desenchufaba la tele, o hacia que se cortara la luz, eso la ponía molesta sobre todo cuando el protagonista de la teleserie iba a besar a la otra protagonista. Balance. A veces llamaba por celular a la polola de mi hermano, y le decía que yo era la real polola de él y que la estaba engañando, pasaba lo lógico, ella se enojaba y le hacía escena de celos, él se enojaba y la golpeaba, puñetazo limpio, luego le decía que la amaba, todo solucionado. Mi hermano era habilidoso en ese sentido, sabia donde golpear y con qué fuerza para no dejar marcas, para que no lo descubrieran, aunque a veces se pasaba y más de una vez tuvimos que esconder un cuerpo por ahí en algún lugar, a veces en la playa, otras en medio de la carretera, eso me fascinaba, le daba emoción, y al termino era momento nuestro, no tirábamos y nos fumábamos un cigarrito loco en medio de la nada, desnudos, con el motor encendido.
Llegábamos luego para dejar los autos en la posición correcta, todo para que se mantuviera el balance en la casa.
Balance. De eso se trata todo. Mi papá pensaba que no sabíamos nada, pero nosotros sabíamos todo, desde la velocidad a la que andaba hasta la persona a la que había asestado el golpe mortal.
Eso salía en el diario, y mi papá tenía que cambiar llantas, limpiar la sangre y arreglar la abolladura. Yo le revisaba el auto por si se le olvidaba algo.
No puedo decir que mi madre era santa, a ella le gustaba echarle un poquito de veneno al tecito de las amigas, era choro ver cómo le echaba gotita a gotita, todos los días, y las viejas se morían después de meses o un año, así se mantenía la familia, ese era el balance que yo debía mantener.
Recuerdo que con mi hermano rompíamos las muñequitas que yo tenía, le sacábamos los brazos, la cabeza, les cortábamos el pelo y hacíamos una obra de arte de lo más bonita. Luego de eso, en la noche, mi papá venía a mi pieza y mi mamá iba a la pieza de mi hermano, era la mejor hora del día, donde ellos nos manoseaban y nosotros aparentábamos no gozar. Luego ya más grandes, nos tomábamos el whisky de mi papá cuando mi mamá salía a ver al Marco Antonio al súper. Nunca se dieron cuenta, o quizás sí, pero no les importaba. La cosa, es que nos emborrachábamos y nos tirábamos alocadamente, ahí mismos en el sillón, o en la alfombra o en el patio. La nana miraba, pero no le importaba mucho.  Ahí yo no sabía del balance.
Después me di cuenta, que mi familia no era la misma si nadie creaba el estrés necesario para que todos actuaran como debían, mi mamá no veía teleseries, mi papá no salía en auto y mi hermano no se peleaba con nadie. Ahí tome las riendas, ahí maquine formas y formas para que mi familia siguiera siendo la familia llena de amor que debía ser. Por eso le cortaba la luz a mi mamá, le escondía las llaves a mi papá, llamaba a las pololas de mi hermano, le daba el ingrediente secreto de la sopa a la nana.
Los problemas comenzaron a la par con las investigaciones policiales sobre el maniático del auto, como salía en el diario o en las noticias, pésimo nombre para aquel que me procreo, el asuntos, es que padre no pudo salir de casa por las noches, debió gastar intencionalmente las llantas para que parecieran viejas, y como una cosa lleva a la otra, el estrés comenzaba a fatigar.
El balance no lo era todo, creo entenderlo.
El marco Antonio se terminó casando y se fue a vivir al sur, madre callo aún más en los tragos, dejo de invitar a sus amigas a la casa y después de la teleserie, pasaba horas llorando, como ella lloraba, mi hermano dejo de llevar a sus pololas a la casa, fue ahí cuando las cosa comenzaba a explotar, y yo había comenzado con la disección de vagabundos.
No entiendo por qué a la policía le importan tanto si nadie se preocupa de ellos, ignorando la incoherencia de sus actos, comenzaron a seguirme la pista, todos lo sabían, y el gran problema fue cuando mi mamá noto en una maleta la piel de un humano, el vómito la delato, por mucho que laves una alfombra jamás logras quitar el olor a vomito.
Las comidas eran tensas, ya no había sangre en la comida, a mi hermano no lograba satisfacerlo, mi madre con sus pastillas antidepresivas en la mesa y mi padre buscando como entretenerse, jugando con el cuchillo y mirando las llaves con desesperación.
El miércoles fue una locura, mi madre me miro sacar un cuchillo de la cocina, se acercó y dijo: me das asco. Ella es la menos indicada para decirlo, eso lo tenía claro, la nana presencio todo. Volví con otra piel, ya eran 5, la última del mes. En mi casa las mentes son poderosas, y la que considerábamos más poderos era la de la nana, ella presenciaba todo, nosotros solo lo imaginábamos, pero ella se daba cuenta, ella lo veía, ella era parte del balance, pero cuando llegue a casa luego de despellejar a un vagabundo de por ahí, me encontré con mi mamá, gritando blasfemias sobre nosotros, sobre los cuatro, era el colmo de todo esto, ya nadie aguantaba.
Sorpresivamente y para calma mía, la nana saco el hacha que mi papá usaba en las vacaciones, y se lo enterró a mi madre mientras comíamos, la sangre chorreaba, había visto muertos, había matado yo incluso, pero esto superaba los límites de cualquiera de nosotros, verle los sesos a alguien te hace creer que el balance no sirve de nada, éramos felices, lo teníamos todo, lo éramos todo.
Ocultamos el cuerpo, obviamente, nadie sospecho nada y ya que mi madre ya no llevaba a sus amigas, cuando llamaban, le decíamos que se fue de viaje, que ya no volvería, que mi papá no aguanto los celos con el marco Antonia y que los había descubierto en algún momento. Las investigaciones cesaron, la nana se volvió la madre, y el balance se reestableció, la rutina volvía a ser lo que debería y yo deje de matar vagabundos, me conforme con perros y gatos, aprendí a diseccionar, y ahora tengo cinco hombres en mi pieza, para otro son esculturas, para mí son la piel en la que obre como acto final de mi arte.

Balance. De eso se trata todo y debemos preservarlo.

Recurrencia Temporal

Y miro por la ventana absorbida por mi reflejo difuminado entre lluvia y gente y otoño, esperando que el Nissan rojo se asome por el portón, es día lunes e inauguran el casino de la ciudad, yo espero eternamente a que entren por la puerta.
Me tomo las pastillas, o al menos eso parece, no miro a nadie cuando entran, hasta que por una fuerza emotiva y nerviosa en mi estómago, giro la cabeza con alegría, los miro, los miraba, porque ahora, después de meses, después de años del accidente, no los puedo mirar, y los sigo esperando.
Y miro por la ventana absorbida por mi reflejo difuminado entre lluvia y gente y otoño, esperando que él llegue por mí en el Nissan rojo que recién compro, ya tenemos 3, 3 pequeños humanos nacidos de nuestro cuerpo. Pero eso ya pasó, pasara, no existe, yo estuve en el Nissan, siempre en el Nissan rojo, en la lluvia, hacia el restaurant, en el futuro, en lo que aún no pasa.
Voy a verlos con frecuencia, me acompaña la melancolía de sus memorias, de esas melancolías que pasan cuando pierdes a alguien, me demoro dos horas en ese laberinto subterráneo, me cuesta salir de ahí, me cuesta llegar a casa, con sus cosas, cuesta estar en casa, más de lo que debería.
Me sirvo y me servía ron en un vaso, en su vaso. Los recuerdo una y otra y otra vez, y esos recuerdos son como un revolver en mi nuca o una soga en el cuello, una soga que se aprieta lentamente, ellos están conmigo, conmigo y sin mí, en los pétalos del cementerio, ellos vienen en el polen, en la tierra, en los gusanos del jardín, en las moscas, en el aire.
Y miro por la ventana absorbida por mi reflejo difuminado entre lluvia y gente y otoño, buscando explicaciones, explicaciones en la muerte, una excusa. Porque la verdad de las cosas es que la muerte me encontró a mí, yo la llame a ella y ella vino a buscarme, aquí en la ventana, aquí esperándolos. La muerte tiene cara conocida, la muerte es el Nissan, el ron, el cigarro y la ventana.
Un paseo al casino no siempre termina mal, pero  esa vez termino mal, todo por que quise quedarme más de la cuenta, ellos se fueron a comer, comieron muerte por que jamás llegaron al restaurant al que iban. Me debían recoger, yo los miraba por la ventana del segundo piso, esperando el Nissan rojo, esperándolos a ellos en el Nissan rojo. No sé quién tuvo la culpa y en verdad eso no importa, el quien mato a quien no tiene importancia, las lágrimas se derramaron y no volverán a crecer. La lluvia, siempre la lluvia rociando mi reflejo, mojando a la gente que camina con sus paraguas y su cordura, esparciendo su aroma húmedo en la vereda, en los autos, en el Nissan, en las tumbas.
Y miro por la ventana absorbida por mi reflejo difuminado entre lluvia y gente y otoño, esperando el Nissan rojo asomarse por el portón, es día lunes y aquí tocan visitas, visitas que no tengo, por eso no me despego, por eso no dejo jamás, jamás de mirar por la ventana.
Mi corazón late, a mi cráneo lo atraviesan un millon de escenas sobre el casino, sobre ellos. Los del Nissan no me dejan y yo no quiero dejarlos, así que miro por la ventana abierta, miro desde el quinto piso hacia el suelo.

-por la ventana se observa un Nissan rojo