miércoles, 15 de julio de 2015

Pequeños mundos invisibles dentro del planeta tierra

La inundación partió en la tarde, ya estaba anocheciendo y la gente estaba dentro de su casa entrando en calor, refugiándose de la lluvia casi nocturna de la ciudad. En verdad no era una inundación, para un humano al menos no, pero para los seres que sin invisibles para nosotros sí lo era. Los enanos aprovechaban de sacar a pasear a sus mascotas, ahora que las personas no podían molestarlos. Algunos pasearon por los ríos de las veredas montados en sus lombrices, otros pasearon a sus caracoles, otros más extravagantes sacaron a pasear a sus sonidos, un enano en particular, llamado Eduardo el grande (lo llamaban así por medir medio milímetro más que el resto), tenia de mascota el sonido de un rio, y aprovecho la inmensa lluvia para que se sintiera a gusto con el entorno.

Habían también enanas en este pueblo que nadie podía divisar, las enanas suelen ser más extravagantes que los enanos, y es por eso que las enanas no tenían mascotas, pero si disfrutaban de otras cosas. Un grupo de enanas se sumergía en las gotas que quedaban sobre las flores, otras se dejaban arrastrar por los ríos de las veredas hasta llegar a los lagos de las intersecciones de las calles, pero había una, la más mágica de todas, que se llamaba Karina la silenciosa (la llamaban así por tener fama de hablar solo cuando era preciso, quedándose casi siempre con la última palabra y hablando solo cuando creía necesario, por eso todos la escuchaban). Karina no tenía ningún tipo de mascota, así que disfruto de los sonidos de la lluvia y de la risa de los enanos que se oían como chasquidos en el suelo. Y así, bajo un trébol de 3 hojas, Karina se durmió pensando en las miles de estrellas que solo ella podía escuchar.

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