La inundación partió en la tarde, ya estaba anocheciendo y
la gente estaba dentro de su casa entrando en calor, refugiándose de la lluvia
casi nocturna de la ciudad. En verdad no era una inundación, para un humano al
menos no, pero para los seres que sin invisibles para nosotros sí lo era. Los
enanos aprovechaban de sacar a pasear a sus mascotas, ahora que las personas no
podían molestarlos. Algunos pasearon por los ríos de las veredas montados en
sus lombrices, otros pasearon a sus caracoles, otros más extravagantes sacaron
a pasear a sus sonidos, un enano en particular, llamado Eduardo el grande (lo
llamaban así por medir medio milímetro más que el resto), tenia de mascota el
sonido de un rio, y aprovecho la inmensa lluvia para que se sintiera a gusto
con el entorno.
Habían también enanas en este pueblo que nadie podía
divisar, las enanas suelen ser más extravagantes que los enanos, y es por eso
que las enanas no tenían mascotas, pero si disfrutaban de otras cosas. Un grupo
de enanas se sumergía en las gotas que quedaban sobre las flores, otras se
dejaban arrastrar por los ríos de las veredas hasta llegar a los lagos de las intersecciones
de las calles, pero había una, la más mágica de todas, que se llamaba Karina la
silenciosa (la llamaban así por tener fama de hablar solo cuando era preciso,
quedándose casi siempre con la última palabra y hablando solo cuando creía
necesario, por eso todos la escuchaban). Karina no tenía ningún tipo de
mascota, así que disfruto de los sonidos de la lluvia y de la risa de los
enanos que se oían como chasquidos en el suelo. Y así, bajo un trébol de 3
hojas, Karina se durmió pensando en las miles de estrellas que solo ella podía
escuchar.
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