Él quería un dinosaurio, no uno de plástico como los que sus
padres le habían comprado, de esos ya tenía unos mil, el quería uno de verdad,
con escamas y dientes filosos, quería uno grande como un edificio, en el que
pudiera montarse y jugar, destruir algún edificio, hacer ondas en los vasos de
agua, que la gente respetara a su bestia y a la vez, le tuviera cierto cariño, porque
tenía planeado ser un justiciero dinosauril, de esos que atrapan ladrones y
villanos.
Le contó a su papá lo que quería, y mientras se lo decía, su
padre pensaba en la ternura de su hijo. El niño le seguía describiendo las características
de su criatura y el padre, sin titubear, le dijo: esas cuestiones están
extintas, pero puedo comprarte una réplica si quieres.
El niño, dando cuenta de la inutilidad de su padre en sus
planes, decidió ir a buscar su dinosaurio, ver la forma de volverlo real, así
que preparo una mochila, tomó un par de billetes que escondía su madre en el
dormitorio, agarró su tiranosaurio de plástico, y partió en busca de la bestia.
El niño recorrió muchos caminos, tomo muchas micros y transitó
varias calles, siempre comía en un lugar diferente, se encontró con otros niños
que buscaban cosas, uno quería encontrar a su amigo imaginario, otro quería
encontrar a su padre, a otro incluso se le había extraviado su mascota. Una
vez, se encontró con un adulto que buscaba algo, y eso a él le parecía raro, porque
pensaba que los adultos ya tenían todo lo que necesitaban, decía: apenas uno se
vuelve adulto, consigue lo que quiere.
Su búsqueda no duro mucho, porque una vez arrancando de unos
señores vestidos de verde, se tropezó en el puente que cruza el Mapocho,
soltando sin querer a su dinosaurio de plástico, que cayó al agua casi sin
hacer ruido, lo que el niño no esperaba, es que las aguas químicas de aquel
cause, convirtieron las moléculas del dinosaurio de plástico, y las volvieron
de carne y hueso, su cabeza comenzó a crecer y crecer, rompiendo el puente
donde estaba el niño, haciéndolo caer maravillado, la gente empezó a gritar y
correr, en todas direcciones. los autos chocaban en todos lados, la gente
intentaba huir despavorida y el caos era tan grande, el ruido tan fuerte y la
bestia tan enorme, que se veía y se escuchaba desde todos los rincones de
Santiago. Su cola tenía el largo de toda la alameda, y era tan alto como el
cerro san Cristóbal, el niño con una
sonrisa en su rostro, estiro los brazos hacia la criatura, dejando como último
pensamiento, que la imaginación, puede convertir la cosa más pequeña, en la
sorpresa más grande.
No hay comentarios:
Publicar un comentario