Cabezas corren por mi cama como orugas sobre las hojas de un
choclo. Los dientes amarillos sostienen los pelos, la saliva moja el ADN. Colas
que corren sobre el omóplato atado a la lana vacía. Azules que vuelan y crecen
y mueren y aúllan, sombras drásticas amarillas, silencios posteriores al
silencio. Una gota cae sobre la superficie del wáter, como una lagrima blanca
sobre una mano, cualquier mano, cualquier lágrima. Trece vasos sobre una nube
café, y el café que agita la leche blanca. Setenta y tres huesos bajo mi
almohada violeta, dura, fría, violenta, hielo blanco que cruje, se derrite como
mi carne, se derrite la vida y el mundo que cae en mi bolsillo con cinco o seis
letras de colores tristes.
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