una persona convulsionaba en el metro, un circulo de gente
observaba y el resto seguía en la tumultuosa fila esperando abordar el tren,
todos mirando a ese único lugar de alaridos expansivos de aquel hombre
convulsionante. la sorpresa no fue el hombre, la sorpresa fue la gente, el
morbo, el como observaban queriendo ayudar a aquel sujeto, algunos le apretaban
los nudillos, otros le tomaban la mano y otros silbaban al guardia para que
prestara ayuda, y este se abría paso entre la gente, entre los mares de cabezas
curiosas que observaban, sin pestañear, al hombre convulsionante. obviamente
excusas, solo excusas para ganarse un trocito de cielo, su metro cuadrado en el
paraíso. me subí, sin dejar de mirar a las personas, que una vez que salimos de
la estación volvían a su mundo. una señora saco un pan con lechuga y queso,
asumí que estaba en dieta. como en cualquier mundo contradictorio el queso
estaba de mas, las dietas son las maquinas para arruinar ánimos, y por eso, las
personas necesitan echarle su pequeño trozo de caloría cuadrangular.
vuelvo al hombre, o mejor no, total, todo esto
quedara en la nada.
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