martes, 14 de octubre de 2014

100 dias

No es que no quiera salir de casa, es solo que me apesta el contacto humano, salgo solo para comprar cigarros o comida, no necesito salir para nada más. Prefiero mirar por la ventana, aunque jamás sucede nada muy espectacular, uno que otro accidente, un asalto, una pareja que se encuentra, una pareja que se separa, una pareja que no es pareja pero que, dentro de mi imaginario, debería serlo, un secreto gubernamental dentro del maletín de aquel señor, el diario de vida secreto de aquel abuelito que suele comprar manzanas en la verdulería frente a la estatua de Arturo Prat, la madre que sueña con un hijo ingeniero o doctor y el hijo que sueña con ser poeta, y probablemente no llegue a serlo, porque ser poeta, ser escritor, es morirse de hambre. Pero eso ninguno lo sabe, solo yo lo sé, porque es como si fuera un confidente del mundo, como si supiera mucho del planeta, y aun así, no pertenezco a él, no puedo hacerlo, me aterra la simple idea de tener que escuchar el llanto de alguien o que alguien escuche el mío, o mi risa, o que me vea comer, porque no hay acto más repulsivo de ver como las personas se alimentan.
Claro que como todo, nada puede durar mucho, ni la soledad de este departamento, ni mi temor, ni el de ella, ella misma, la que cruza todos los días la calle con un vestido diferente, para llegar a la plaza y fumar, mirando la nada, mirando el edificio, o a las personas.
La escucho desde que sale de su departamento, hasta que se sienta, desde que se levanta para ir a trabajar, hasta que se acuesta a dormir. Oigo como abre la puerta, como la cierra, como pone llave, como baja escalón por escalón, no toma ascensor a menos que esté con amigos, eso no pasa muy a menudo, así que desde que llegó he logrado contar 15 veces en las que ha usado el ascensor.
La miro con especial atención, curiosamente, sin poder imaginarme su vida, o al menos inventarle una, me siento bloqueado, como si con cada bocanada de humo me llevara a profundidades oceánicas de sus intestinos, como si cada vez que exhalara, me arrastrase hasta el fin del mundo, o hasta un extremo del universo.
77 días, quedan 23 para que acabe, y cada vez que intento hablarle, no se me ocurre nada. Tengo que comprar: 13 sopas instantáneas, 47 cajetillas de cigarros, 20 jugos en caja de sabor naranja, 10 barras de chocolate y 20 rollos de papel higiénico.
Salgo, tomo asiento en la única banca donde llega tanta sombra que jamás se percibe quien se sienta, un refugio, es mi departamento pero en otro lugar, el problema es que a esta hora ella baja y fuma. Quizás hoy en su vestido calipso, o en el blanco con flores primaverales, o en el rojo con un escote notorio… Pero no, es uno que no había visto. Se acerca, lentamente, mientras saca un cigarro de la cajetilla, y trata de encenderlo, me pide ayuda y no sé cómo responder. Le acerco el encendedor, me mira, se lo enciendo, se sienta.
-usted vive en el 75 ¿no? – dice mientras un rayito de sol le ilumina el muslo – yo soy del 77, ese que está enfrente del suyo, no se le ve mucho, al menos yo no lo he visto.
Lo sonrío con la incómoda sonrisa obligatoria que se merece este tipo de encuentros. Sigue fumando, no se detiene, yo tampoco, no debería, eso es nuestra conversación, solo humo en nuestro cuerpo, de adentro hacia afuera, de afuera hacia adentro, desde sus venas a las mías, desde su lápiz labial al filtro blanco, desde mi lengua, hasta mi filtro café.
-Debo irme, un gusto haber hablado con usted- media vuelta, escape. Así de simple, sin sonreír, solo girar, dar la espalda, y escapar, pero me detiene, me toma la mano. -le acompaño hasta arriba- dice con humildad, acepto. Me toma el brazo, no sé cómo reaccionar, sonreímos, dos escalones y sonreímos.
-Usted no toma ascensor ¿o sí?
-No me gusta, me gusta hacer sonar las escaleras.
Lo sabía, sabía que debía haber alguna explicación, le gusta el sonido, a mi igual, eso es lo que quiero decirle, que a mí también me gusta como hace sonar la escalera, pero ser impulsivo no es ventajoso en esta situación.
-¿No me invita un café? - Claro que sí, grito en mi interior que sí, que pase, que se quede, que me cuente de su vida, de sus vestidos. Pero solo abro la puerta.
 -Pase, siéntase cómoda, fume si quiere- y eso hace, fuma, me vacía los ceniceros, bota todo el polvillo negro a la basura y se sienta en la alfombra.
 -Dos de azúcar al café por favor, bien cargado- se lo preparo como si fuera poesía, lento, extasiado, nervioso, quiero sentarme con ella, a su lado, ahora. el agua no hierve, me prepararé un café también, ahora mismo, sí, ahora mismo me preparare un café también.
La tetera grita, yo también, sudo, me mojo la cara, agrego agua a las tazas, dos cucharadas, revuelvo ambas al mismo tiempo, la izquierda es de ella, la de color violeta, como su vestido, para que combine, para apreciarla mejor. La mía verde, como el chicle. Me siento a su lado, me sonríe, fuma y sonríe, fumo y la observo, fijamente -es usted preciosa- le digo torpemente.
Y me cuenta de todo, me cuenta que le regalan los vestidos, me cuenta que a veces ella los hace y fumamos, fumamos mucho, como si dependiéramos de ellos, como si fuera parte del ambiente, parte del aire. Y preparo más café, y la tetera echa a parir más agua, mas gritos, y así toda la noche, hasta que el silencio nos domina, y nos miramos, y le toco los muslos, le saco el vestido, le lamo los pechos, la penetro, ella gime, yo no.
Le ofrezco la cajetilla, saca dos, los enciende, me da uno. Desnudos, sobre la alfombra, fumamos, y sé que ya no hay vuelta atrás, sé que ahora, estos 23 días, mejor dicho, 22, serán largos, será difícil detenerla, no sé cómo hacerlo, no sé cómo evitarlo y yo sé que no me detendré, que no importa lo que pase a los 100 días, yo termino, y todo se va a acabar, tanto ella como yo.
4 días, misma rutina, ahora tomo nota porque se me acabó el café, lo que implica la fatal experiencia de mostrarse al mundo, de responder preguntas, de esperar el vuelto, de cruzar la calle, de respirar aire limpio.
-Yo te acompaño- lo dice poniéndose frente a la puerta, intento abrir, no me deja, la beso, se aparta, salimos, bajamos, 101 escalones, cantidad total del toc-toc proveniente de sus pies, simetría con mis latidos y mi respiración.
-Deme 13 tarros de café, por favor.
-¿Paga con tarjeta?
-Sí – la deslizo suave, ingreso la clave: 1914.
-Su tarjeta no tiene el monto suficiente
No sé qué chucha responder, no debería pasar tal cosa, salgo del local desesperado, a velocidades cósmicas - espera- dice, se devuelve y paga ella - vas a tener que aceptar que viva contigo un tiempo. Como agradecimiento digo yo-.
Conchetumadre, como chucha voy a hacer para aceptarla tanto tiempo, pensé que 4 días eran suficientes, ahora no se quiere ir, y yo me quiero ir, ahora mi casa es ajena, ahora no tengo donde escapar, yo no la quería, yo no la quería realmente aquí, a mi lado, aquí, webiandome, aquí, pagándome el café, arruinando mi miseria.
Y las noches son días, horas y horas de café, cigarros, sexo, historias. Le cuento lo que imagino, cuando todas las personas salen a sus lugares: le digo que el diario del viejo lo trae siempre porque tiene secretos de la mafia rusa, le digo que el niño que quiere ser poeta se llama Álvaro Parra y le digo que siento que todos creen que por tener el apellido “Parra” triunfarán en la vida. Le digo de todo, le digo lo que pensaba de ella y no pasa nada más, ella ya no se viste, y yo no me quito el pijama. Nos bañamos juntos, tomamos café juntos, terminamos casi al mismo tiempo y la weona no se quiere ir, que tanto se debe hacer para apestar a alguien, ¿acaso la sincronía en todo ya no basta?
-¿Por qué tienes esa puerta con llave? – dice apuntando la puerta frente al baño.
-Para matarte cuando llegue a los 100-
Se caga de la risa, y entonces me pregunto, mientras le miro los senos preciosos que tiene, ¿Qué chucha tendrá la muerte ahora que ya no asusta?, y no sé cómo explicarlo, y no sé cómo hacerme entender que ella me ama y que yo la detesto, que me robó lo único bueno que tenía en la vida. La weona se ríe en mi cara, de lo que considero único y verdaderamente cierto en esta miseria culiá que me envuelve, en esta cuenta regresiva hacia el verdadero mundo.
Despierto con asco, el humo en mi nariz, el olor de su perfume mezclado con la nube tóxica que sale de sus pulmones. Treinta minutos de ducha con agua hirviendo, salgo al balcón, trato de respirar aire limpio, se desliza el ventanal, ella sale, me abraza la espalda, me acaricia el cuello, me voltea no solo el cuerpo, la mente también y me besa, con sabor a pasta de dientes y cigarro, quedan 5 días, por eso aguanto, porque en 5 días todo termina, yo sé que terminará, ellos, los de abajo, los que pasean no lo saben, no tienen idea, pero lo sabrán.
Quedan sopas instantáneas, sobran cigarros, suficiente papel higiénico para los días que faltan, así que la beso, la penetro con violencia, con odio.
 -Debo escribir algo, tardaré, así que trata de no hacer mucho ruido-
-Como quiera- dice sin mirarme, observando la cordillera a través del ventanal, saco la llave bajo el cuadro de salvador Dalí, giro el cerrojo, abro la puerta, la cierro por dentro, tomo asiento en el escritorio, paredes blancas, con aislante de ruido. “Como quiera” sabrá que la odio, debe suponerlo, pero no se va, se queda. Acciono el mecanismo, estamos encerrados, nadie puede salir del departamento.
Escribo mi imaginario, explico por qué el viejo tiene secretos de la mafia rusa, cuento lo que pasa con el niño que quiso leer a Parra, pero no lo entendió y se quedó con Bertoni, detallo el plan de la ONU que lleva el hombre en el maletín. La teclas suenan, ella hace lo mismo cada día, a veces apoya su oído en la puerta, ahí dejo de escribir, para que piense que he muerto, jamás se acerca a la puerta de entrada, solo se asoma al balcón, y mira, y hace como que toca a las personas, ella es un Dios, un Dios con espacio limitado y que no puede tocarme.

Junto el manuscrito, lo cello en bolsa, abro la puerta, 4 am, dejo la puerta abierta, me desnudo, me baño, ella duerme, me acuesto a su lado, despierto, ella no está, entro a la habitación del manuscrito, mira el manuscrito y la Glock. La beso, la lanzo sobre el escritorio, la desnudo, gime, gime fuerte, y la miro, la observo con detalle, todo su ser, cae el manuscrito, sostengo la Glock., orgasmo, me mira, disparo, sesos en la pared, respiro con la Glock en mi boca, sonrío, disparo, paredes rojas, olor a carne quemada, silencio, solo eso. Después de los 100, el silencio con olor a carne podrida.

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