Dos hombres caminan a una distancia prudente de 78 metros,
uno viene del este y el otro del sur. Los hombres recorren el desierto
radioactivo, saltean escombros, esquivan cadáveres pútridos, esqueletos
deformes. El cielo verde brillante les soba la cabeza, el sol a la mitad brilla
en un tono rojo y amarillo.
Los hombres se encuentran en la puerta de un restorán en
ruinas. Se saludan tomándose el codo. Toman asiento en la única mesa en pie.
Irupé: me gusta su abrigo de cuero de panda
Yaguatí: gracias, es usted muy amable
Irupé: ¡¿Los cumplidos le hacen sentir bien?! ¡Mesero!
Mesero: ¿Dígame?
Irupé: ¿Que va a pedir señor Yaguatí?
Yaguatí: Aun no me decido señor Irupé
Irupé: Bueno, yo quiero un gorrión con hormigas
Yaguatí: Ah en ese caso a mi deme una ensalada de vidrio con
tuercas
Mesero ¿Desean algo
para beber?
Irupé: Yo quiero un vaso de aceite con grasa
Yaguatí: A mi deme jugos gástricos con esencia de uva
Mesero: Perfecto, enseguida se lo traigo
Irupé: Tienes hambre al parecer
Yaguatí: Ese es el mal del hombre, un hambre insaciable
Irupé: Si si, ahora que lo pienso, hambre y hombre tienen
solo una letra de diferencia
Yaguatí: Yo y tú
tenemos varias de diferencia, pero tenemos dos en común
Irupé: ¿Dice usted entonces que las similitudes son más
importantes que las diferencia?
Yaguatí: Digo que los cadáveres exhalan perfume
Irupé: Yo digo pues que el hombre es el hambre así como tú
eres a la muerte
Yaguatí: Ahí vienen nuestro platos, ¿ahora qué?
Irupé: Ahora dispara y démosle fin al absurdo
Yaguatí: No puedo disparar, tengo una venda en el brazo
Irupé: Cédeme los honores entonces
Yaguatí: Magnum y fin
Irupé: Fin