Los tiempos de lluvia cesaron en Santiago, pero eso no
impidió que llovieran otro tipo de cosas, Don Mario, por ejemplo, no pudo
explicar cómo fue que le llovieron 2 kilos de uvas, y es que el Roberto las
había esquivado cuando se las tiro su señora por hacer un chiste sobre su
embarazo. A mil cuatrocientos años luz de la tierra, comenzaba una lluvia de
asteroides visible desde Kepler 452b, mientras yo miro la lluvia de lunares que
está a la distancia de una mesa de mall, los lunares de tus brazos que reposan
en tu piel clara, junto a la risa incesante de la conversación que varía desde
la pena, hasta las anécdotas familiares. Al otro extremo de mi locación, un
niño iraquí llora la muerte de su madre, y a mi madre le llueven las deudas
invisibles para mí. En la tierra de Japón, un estudiante espera con ansias el
paso del tiempo, para ver la lluvia de pétalos de cerezos que caen a 5
centímetros por segundo. En otro sitio en una de las islas de Chiloé, una viuda
observa la lluvia e imagina a su esposo cortando leña. Dentro de la mochila de
una adolescente norteamericana, reposa el libro en el que llueve al mismo
tiempo que el protagonista habla de su vida. Y la vida llueve en sus charcos
lagrimales, esperando fluir por el exceso de agua, mientras siento el peso del
mundo, mientras diviso los lunares de tu cuello, esa constelación opaca que
navega tus células, como pozos de agua lodosa sobre el manto al que llamas piel
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