miércoles, 18 de noviembre de 2015

La lluvia no se detiene

Los tiempos de lluvia cesaron en Santiago, pero eso no impidió que llovieran otro tipo de cosas, Don Mario, por ejemplo, no pudo explicar cómo fue que le llovieron 2 kilos de uvas, y es que el Roberto las había esquivado cuando se las tiro su señora por hacer un chiste sobre su embarazo. A mil cuatrocientos años luz de la tierra, comenzaba una lluvia de asteroides visible desde Kepler 452b, mientras yo miro la lluvia de lunares que está a la distancia de una mesa de mall, los lunares de tus brazos que reposan en tu piel clara, junto a la risa incesante de la conversación que varía desde la pena, hasta las anécdotas familiares. Al otro extremo de mi locación, un niño iraquí llora la muerte de su madre, y a mi madre le llueven las deudas invisibles para mí. En la tierra de Japón, un estudiante espera con ansias el paso del tiempo, para ver la lluvia de pétalos de cerezos que caen a 5 centímetros por segundo. En otro sitio en una de las islas de Chiloé, una viuda observa la lluvia e imagina a su esposo cortando leña. Dentro de la mochila de una adolescente norteamericana, reposa el libro en el que llueve al mismo tiempo que el protagonista habla de su vida. Y la vida llueve en sus charcos lagrimales, esperando fluir por el exceso de agua, mientras siento el peso del mundo, mientras diviso los lunares de tu cuello, esa constelación opaca que navega tus células, como pozos de agua lodosa sobre el manto al que llamas piel

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